Durante sesenta años no quiso tener hijos por no renunciar a viajar. Hoy, su hija de seis meses le agarró la cara con sus bracitos y abriendo la boca lo besó a su manera. Ahora sabe que ninguno de sus viajes mereció la pena.
No tenía reloj, nunca sabía la hora. Medía el tiempo cada vez que se lavaba las manos, por el tamaño de la pastilla de jabón que siempre llevaba consigo. Simplemente se regía por otra unidad de tiempo.
Que el ser humano es el parásito más perfecto lo demuestra su extraordinaria capacidad de adaptación al sonido del despertador, hasta el punto de poder anular su efecto cada mañana.
El inventor del frigorífico tuvo su primera idea cuando era estudiante. Alguien debería calcular los kilómetros que recorre, desde su habitación a la cocina y vuelta, un estudiante en época de exámenes. ¡Cuántas veces se ha visto uno ante la puerta abierta del frigorífico como un sonámbulo acabado de despertar! Electrodoméstico este, de gran ayuda para la gente con poca fuerza de voluntad.